sábado, 25 de julio de 2015

"DÍA ESPECIAL" DE MOISÉS CÁRDENAS - GANADOR DEL III CONCURSO DE CUENTOS ANTONIO MORA - ACIREMA 2015


DÍA ESPECIAL
de: Moisés Cárdenas*

Llegué al aula veintiuno, luego de subir la enésima escalera y recorrer aquel frío pasillo. El profesor había comenzado su charla matutina. Le molestaba muchísimo la impuntualidad de los alumnos y, al entrar, lo escuché decir con ironía:

-¡Si piensan ser docentes tienen que llegar temprano!

No le di importancia a su comentario. Me senté en la última fila. De reojo vi a mis compañeros. Todos estaban concentrados siguiendo la explicación de aquel profesor de Latín. Decidí no atender porque me sentía desorientado. Empecé a garabatear versos inconclusos en mi cuaderno.
Contemplé a Laura, mi compañera de clase, que estaba sentada frente a mí. Su largo cabello negro como la nocturnidad, su cara de luna bañada en perfume de estrellas me inspiraron.
De repente, no sé cómo ni por qué, recordé momentos idílicos e irrepetibles: La sonrisa de Karla, la niña de sexto grado que me veía volar la cometa sobre el techo de mi casa, los sueños de conocer a Mazinger Z, las carcajadas que brotaban cuando veía a Tom y Jerry que era mi programa favorito. El día que gané el concurso de lectura con el poema Farewell, el viejo libro de El Principito, la primera vez que vi el mar cuando descubrí los senos dorados de una mulata que dibujaba un corazón en la arena, el momento que hice mi primer castillo en la playa soñando con ser marinero.
Por mi memoria pasaron los juegos de fútbol con los chicos del liceo, los regaños de mamá, la libertad que sentía cuando andaba en patineta, las canciones de Los Enanitos Verdes, el sueño con ser un cantante de Rock All Roll. Pero, lo que más recordaba y a la vez deseaba alejar de mis pensamientos, eran las encrucijadas de aquellos amores imposibles; que me enseñaron a mirar las cosas de otra manera, a aprender de las derrotas y aceptar los errores, tanto en el amor como en la vida, que también es Amor. Supe que frente a su designio hay que llevar el corazón heroico, aun cuando el presente sea todo torbellino.
Absorto en mis pensamientos, volví en mí. Observé a Laura, ella no se imaginaba que yo escribía versos mientras todos estaban atentos a cada frase, cada palabra de aquel profesor de Latín. Hasta ese momento había sido incapaz de entregarle un poema. No sé por qué había recordado todos aquellos momentos de mi vida; quizá por la extraña sensación que sentía en aquella clase, como un vértigo, o una ausencia causada por mi llegada tardía. Cuando terminó, todos se levantaron de sus asientos para reponerse un poco y gozar de unos minutos de descanso para continuar.
Mientras cuchicheaban, apareció un chico por la puerta, su cara me era familiar, lo veía fijo tratando de recordar su nombre, percibí que él estaba muy nervioso. Entre lágrimas y tartamudeos gritó:

-¡Roberto a muerto!

Contó que había sido atropellado, que yacía tendido en el pavimento de una calle próxima, paralizado al instante del impacto. Dijo que la noticia estaba circulando en la radio, que sus familiares leían sus versos llorando frente a su habitación y que su perro arrojaba lágrimas.

De pronto, el silencio se adueñó de la situación e invadió el lugar.

Me sentí extraño, como perdido, triste y melancólico. Contemplé mis manos. Las noté distintas, llevaba marcas oscuras. Mis piernas temblaban y mi corazón latía muy fuerte y acelerado. Busqué lo inexplicable, alcé mi voz con desesperación diciendo: 

-¡Aquí estoy! 

Nadie oía mi voz. Pasé frente a cada uno de mis compañeros, los toqué, les grité: 

-¡Escúchenme, aquí estoy!» 

Nadie me veía. Laura sintió escalofríos, la noté sudorosa, nerviosa, mirando a todos lados. Dijo, con voz entrecortada:

-Roberto está aquí.

Me le acerqué.

-Siento su presencia.

Yo grité: 

-¡Mírame, Laura, aquí estoy! 

No me respondió.

Quise llorar. Una lágrima quebraba todo el océano de mi cuerpo. En ese instante pasó delante de mí toda mi vida, como una partícula de luz que se adueñaba de mí. Una lágrima roja recorrió suavemente mi mejilla, sentía las manos frías. 

Poco a poco, comencé a desvanecerme y sentí una paz profunda.


* Cuento ganador del III CONCURSO DE CUENTOS ANTONIO MORA - ACIREMA 2015