DÍA ESPECIAL
de: Moisés Cárdenas*
Llegué
al aula veintiuno, luego de subir la enésima escalera y recorrer aquel frío
pasillo. El profesor había comenzado su charla matutina. Le molestaba muchísimo
la impuntualidad de los alumnos y, al entrar, lo escuché decir con ironía:
-¡Si piensan ser docentes tienen que llegar temprano!
No
le di importancia a su comentario. Me senté en la última fila. De reojo vi a
mis compañeros. Todos estaban concentrados siguiendo la explicación de aquel
profesor de Latín. Decidí no atender porque me sentía desorientado.
Empecé a garabatear versos inconclusos en mi cuaderno.
Contemplé
a Laura, mi compañera de clase, que estaba sentada frente a mí. Su largo cabello
negro como la nocturnidad, su cara de luna bañada en perfume de estrellas me
inspiraron.
De
repente, no sé cómo ni por qué, recordé momentos idílicos e irrepetibles: La
sonrisa de Karla, la niña de sexto grado que me veía volar la cometa sobre el
techo de mi casa, los sueños de conocer a Mazinger Z, las carcajadas que
brotaban cuando veía a Tom y Jerry que era mi programa favorito. El día que
gané el concurso de lectura con el poema Farewell, el viejo libro de El Principito, la
primera vez que vi el mar cuando descubrí los senos dorados de una mulata que
dibujaba un corazón en la arena, el momento que hice mi primer castillo en la
playa soñando con ser marinero.
Por
mi memoria pasaron los juegos de fútbol con los chicos del liceo, los
regaños de mamá, la libertad que sentía cuando andaba en patineta, las
canciones de Los Enanitos Verdes, el sueño con ser un cantante de Rock All Roll. Pero,
lo que más recordaba y a la vez deseaba alejar de mis pensamientos, eran las
encrucijadas de aquellos amores imposibles; que me enseñaron a mirar las cosas
de otra manera, a aprender de las derrotas y aceptar los errores, tanto en el
amor como en la vida, que también es Amor. Supe que frente a su designio hay
que llevar el corazón heroico, aun cuando el presente sea todo torbellino.
Absorto
en mis pensamientos, volví en mí. Observé a Laura, ella no se imaginaba que yo
escribía versos mientras todos estaban atentos a cada frase, cada palabra de
aquel profesor de Latín. Hasta ese momento había sido incapaz de entregarle un
poema. No sé por qué había recordado todos aquellos momentos de mi vida; quizá
por la extraña sensación que sentía en aquella clase, como un vértigo, o una
ausencia causada por mi llegada tardía. Cuando terminó, todos se levantaron de
sus asientos para reponerse un poco y gozar de unos minutos de descanso para
continuar.
Mientras
cuchicheaban, apareció un chico por la puerta, su cara me era
familiar, lo veía fijo tratando de recordar su nombre, percibí que él
estaba muy nervioso. Entre lágrimas y tartamudeos gritó:
-¡Roberto
a muerto!
Contó
que había sido atropellado, que yacía tendido en el pavimento de una calle
próxima, paralizado al instante del impacto. Dijo que la noticia estaba
circulando en la radio, que sus familiares leían sus versos llorando frente a
su habitación y que su perro arrojaba lágrimas.
De
pronto, el silencio se adueñó de la situación e invadió el lugar.
Me
sentí extraño, como perdido, triste y melancólico. Contemplé mis manos. Las
noté distintas, llevaba marcas oscuras. Mis piernas temblaban y mi corazón
latía muy fuerte y acelerado. Busqué lo inexplicable, alcé mi voz con desesperación diciendo:
-¡Aquí estoy!
Nadie oía mi voz. Pasé frente a cada uno de mis compañeros, los toqué, les grité:
-¡Escúchenme, aquí estoy!»
Nadie me veía. Laura sintió escalofríos, la noté sudorosa, nerviosa, mirando a todos lados. Dijo, con voz entrecortada:
-¡Aquí estoy!
Nadie oía mi voz. Pasé frente a cada uno de mis compañeros, los toqué, les grité:
-¡Escúchenme, aquí estoy!»
Nadie me veía. Laura sintió escalofríos, la noté sudorosa, nerviosa, mirando a todos lados. Dijo, con voz entrecortada:
-Roberto
está aquí.
Me le acerqué.
-Siento su presencia.
Yo grité:
-¡Mírame, Laura, aquí estoy!
No me respondió.
Quise
llorar. Una lágrima quebraba todo el océano de mi cuerpo. En ese instante pasó
delante de mí toda mi vida, como una partícula de luz que se adueñaba de mí.
Una lágrima roja recorrió suavemente mi mejilla, sentía las manos frías.
Poco a poco, comencé a desvanecerme y sentí una paz profunda.
Poco a poco, comencé a desvanecerme y sentí una paz profunda.
* Cuento ganador del III CONCURSO DE CUENTOS ANTONIO MORA - ACIREMA 2015