jueves, 14 de mayo de 2015

LIMBER DE DANIEL PARADA - GANADOR DEL I CONCURSO DE CUENTOS ANTONIO MORA - ACIREMA 2013

LIMBER* 

de Daniel Parada



Neptalí, el hijo del dueño de la finca vecina, tiene un perro; Malabar, su nombre. Su pelambre blanco y largo lo hacen ver más grande de lo que realmente es. Algunas veces se llega hasta nuestra casa y sostiene verdaderas contiendas con los perros de mi padre… Para decir verdad, ya no lo hace; ha impuesto su autoridad sobre los demás perros de la aldea, quienes se limitan a latirle desde los corredores. Confieso que he sentido envidia y he deseado poseer alguno capaz de competir con él. Los obreros afirman que difícilmente haya otro perro en toda la región que lo aventaje en fuerza, en ferocidad y en decisión; pero yo sí sé de uno que puede vencerlo… o, mejor dicho, que podía vencerlo: Límber. Pero Límber murió de hambre y de gusanos encadenado al pie de un matapalo. Apareció un día acompañado de un recibimiento inhóspito de ladridos. Alto, como ninguno. Fuerte, como un toro. Marrón con la cabeza blanca… o mejor, sucio el cuerpo, con la cabeza lavada y los ojos vidriosos de hambre. Sus orejas destilaban un líquido sanguinolento a causa de los gusanos. Husmeaba en todas partes en busca de comida y soportando, quizá era esta su forma de sobrevivir, los palos que Ña Bernarda, la cocinera de la casa, le daba para largarlo; pero, todo fue inútil, ya ésta era su casa y aquí se quedaría a pesar de todo. Le di pan y algunos huesos que sustraje a hurtadillas. Devoraba todo con hambre insaciable. Desde entonces fuimos compañeros inseparables. Me costó mucho trabajo curarle las orejas, infundía temor sus colmillos de un blanco inmaculado y sus ojos encendidos como dos brasas. Con su llegada me convertí en el niño más popular de la aldea, todos los muchachos, hasta los más grandes, sintieron hacia mí un respeto inusitado. Pero esto no duró mucho. Un día, arreando la manada de cabras, una de ellas se descarrió y Límber, solícito, trató de hacerla volver al rebaño, pero recibió una corneada en el vientre que le causó una profunda herida; lo cegó la rabia y de una dentellada en la nuca le produjo en forma inmediata la muerte al caprino. En consecuencia, por orden de mi padre, mi pobre amigo fue encadenado a un horcón de la enramada. En esta situación, lo acometió la tristeza a tal extremo que pasó días enteros echado, con el entrecejo fruncido, sin comer lo poco que yo podía llevarle. Volvió a atacarlo su antiguo mal de gusanos y un zumbido de moscas lo zahería constantemente. Desde la ventana de mi cuarto yo contemplaba su prisión y él me reclamaba por mi indolencia con un silencio inmutable. Pocos días después, la casa se fue llenando de un olor fétido y mi padre, temiendo una epidemia, ordenó envenenarlo en un lugar apartado. Celestino lo conducía amarrado de una cabuya; el perro lo seguía mansamente, ignorando su ineludible destino, trágico, como su vida misma; y yo, tras ellos, con el corazón insostenible, fotografiaba en mi alma cada una de sus acciones: El hombre se detiene al pie de un matapalo, ata a su tronco a Límber, extrae de un talego un pequeño frasco y vierte su contenido en la sopa de carne preparada para ese acometido, se la ofrece al perro, que come el mortal alimento con tal avidez, que recordé el día de su llegada con su cabeza blanca. El regreso fue frío. Yo había presenciado en algunas ocasiones la agonía de perros envenenados. Primero, gemidos lastimeros; después, las convulsiones, la carne brincando desordenada dentro de la piel como obedeciendo a voluntades extrañas; luego la baba, brotando al ritmo de sus estertores y, por último, inmóviles, con los ojos vidriosos fijos en un cielo descaradamente azul. No pude soportar ver a mí perro sufrir esta agonía y regresé detrás de Celestino con el corazón latiendo al pie del matapalo. Esa noche, a pesar de la distancia, pude percibir los aullidos lastimeros, serré la ventana y traté de conciliar el sueño, escondiendo mi vergüenza bajo la humedad de la almohada. Al amanecer, para extrañeza de todos, el perro seguía aullando; algo dio un vuelco en mi pecho y una alegría inmensa me embargó hasta humedecerme los ojos: ¡Límber vivía! Había logrado otra victoria. Había vencido al veneno. Al momento, otra inquietud vino a pulsar las fibras afónicas de mi alma: mi padre enviaría nuevamente a Celestino para deshacerse de Límber. En efecto, dos horas más tarde, vi al obrero cargar la escopeta de doble cañón; salir de la casa rumbo al masaguero, caminando lento, como si un peso lo agobiara, salí tras él sin que lo advirtiera, y seguí cada uno de sus movimientos escondido detrás de la maleza: Apunta con la escopeta fijamente; oigo al perro gruñir desafiante, como si hubiese descubierto las intensiones del hombre y se resistiera a morir sin revelarse; advierto, por el movimiento del cañón, que hacía esfuerzos desesperados por evadir la descarga. Fogonazo y aullido son seguidos por un silencio indefinido; y algo superior a mi voluntad me hace salir de mi escondite y afrontar su muerte. ¡Error fatal! Obrero y perro me fulminaron con sendas miradas saturadas, la de Celestino, de furor, al sentirse descubierto en una acción tan vil; la de Límber, de alegría; con la esperanza revivida en la figura impotente de su amo; el disparo le había vaciado un ojo y sus orejas chorreaban sangre; Pero Límber aún vivía, y con su tragedia cargada de esperanza. El espectáculo me volvió al refugio, y ya no quise saber nada de Celestino, de Límber, ni siquiera de mis sentimientos que se revelaban contra un mundo desconocido e incomprensible. El segundo disparo resonó en mis oídos lejano, ajeno, como proveniente de una comedia recreada en mi consciencia. Celestino me comentó horas más tarde que el perro se desplomó sin vida; pero hasta ocho días después no aparecieron los zamuros, con su vuelo sosegado. Límber, el único perro capaz de vencer a Malaber, murió de hambre y de gusanos, amarrado al pie de un masaguero, mientras que éste prosigue en sus andanzas, campeando sobre una corte servil de perros enclenques.

* Cuento ganador del I Concurso de Cuentos Antonio Mora - Acirema 2013 patrocinado por el Colegio de Licenciados en Educación - Seccional Táchira



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